Miles de manifestantes se concentran ya en la plaza Tahrir, en el centro de El Cairo, entre gritos de "¡Vete, vete!" y "¡No violencia!", en clara muestra de que no les basta el mensaje de anoche del presidente egipcio, Hosni Mubarak, anunciando la destitución del Gobierno pero su permanencia en el poder. Poco a poco, se va sumando gente a la protesta que han mantenido viva durante la noche cientos de egipcios que han desafiado el toque de queda en una noche de relativa calma, ante la vigilancia del Ejército, que controla los principales puntos de la capital, mientras el Gabinete está reunido en estos momentos para dimitir formalmente. Es la resaca después de una jornada de caos y violencia, en la que ciudades como El Cairo, Alejandría y Suez se convirtieron ayer en un campo de batalla en el que centenares de miles de personas se enfrentaron a la policía y a los militares, con cerca de medio centenar de muertos y más de 1.000 heridos, en una revuelta sin precedentes que ha hecho tambalearse al régimen de Mubarak.
La multitud, joven y enardecida, está furiosa. Décadas de represión y miseria han estallado en una jornada de ira de ímpetu revolucionario. El país más importante y populoso del mundo árabe, el principal aliado de Estados Unidos (tras Israel) en Oriente Próximo, la sociedad que de alguna forma marca el patrón regional, está desde anoche en llamas. En El Cairo, el humo negro de las barricadas incendiadas se ha mezclado todo el día con el gas lacrimógeno y envuelve la ciudad en una nube de pesadilla y a la vez de euforia. Hay un precio: cerca de medio centenar de muertos entre la capital, Alejandría y Suez, y más de 1.000 heridos en la capital. La cadena Al Yazira asegura que en la morgue de Alejandría hay 23 cadáveres con disparos, mientras que en los últimos recuentos en El Cairo se informó de 16 fallecidos y en Suez de una docena.
La policía utilizó los recursos más brutales, pero también los más mezquinos del manual de la represión. Los antidisturbios lanzaron tanto gas lacrimógeno que se ahogaron a sí mismos. E intentaron encubrir su actuación atacando a periodistas (el número de incidentes en este ámbito es incontable y destaca entre ellos el cierre de la sede de la televisión Al Yazira), prohibiendo a los turistas que tomaran fotos desde sus hoteles y sometiendo al país a un apagón de telecomunicaciones. "No podemos enviarnos mensajes, pero sabemos dónde ir y qué hacer porque la calle es nuestra, no de ellos", explicó a gritos un joven embozado poco después de devolver a los antidisturbios un bote de gas.
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